EL RUMBO DE LA HISTORIA

EL RUMBO DE LA HISTORIA

domingo, 28 de junio de 2015

Lady Sale, la heroína de Afganistán.

Florentia Wynch (1790-1853), lady Sale por estar casada con el oficial británico sir Robert Henry Sale, representa bastante bien a las mujeres de soldados ingleses destinados en las colonias, que soportaban sus mismos riesgos, daban a luz en lugares remotos y exóticos, que criaban a sus hijos en multitud de lugares extraños, y que, en muchos casos, morían con sus hombres y sus pequeños, estando al servicio de la reina Victoria, en la época dorada del imperio británico del siglo XIX.

La experiencia que tuvo que vivir esa mujer valiente fue dura y cruel, pero también es apasionante, su vida fue una gran historia sin duda. Nacida en Madras (India), fue nieta de Alexander Wynch, que había sido gobernador de aquella ciudad en la década de 1770. Como cualquier joven de su estatus social, recibió una buena educación. En 1809 se casó con un militar y desde entonces su casa fue el ejército británico. Mientras su marido luchaba, ella criaba a sus hijos, viviendo ambos en esa extraña simbiosis. A Florentia le llamaban "granadera en tontillo" (grenadier in petticoats); el tontillo es esa especie de falda corta que usaban antiguamente las mujeres con aros puestos a trechos para que ahuecase el resto de la ropa.

Lady Sale.


Al año de casarse, en 1810, tuvo su primera hija, Harriet, en Wallajabad (India). En 1811, nació su primer varón, George Henry, esta vez en Port Luis (Mauricio). En este lugar vinieron al mundo los siguientes cinco vástagos. En 1820, en Francia, nació su hija Alexandrina, y en 1823, Florencia dio a luz a su última descendiente, esta vez en Calcuta (India).

Viendo este panorama, es fácil comprobar la vida tan errante y viajera que resultaba ser para la familia de un militar en una época tan convulsa, y la infinidad de destinos que debían afrontar teniendo en cuenta la inmensidad del imperio colonial británico de aquel siglo. Es cierto que lady Sale estuvo presente en muchas partes del mundo a lo largo de su larga vida, pero fue en Afganistán donde viviría una amarga e increíble experiencia que le marcaría para el resto de sus días. Hay que tener en cuenta que cuando sucedió todo eso ya contaba con más de cincuenta años.

La primera guerra anglo-afgana (1839-1842) fue el escenario de una de las mayores catástrofes que ha sufrido el ejército británico en toda su historia. Tras la invasión de parte de Afganistán, y después de sentar en el trono a un monarca títere, gran parte de las tropas de invasión se retiraron a la India. Entonces, se puso al frente de la rebelión afgana el príncipe Akbar Khan, que acabaría por proclamarse emir.

En 1841  puso cerco a la capital del país, Kabul. Tras pasar meses de penurias, 4500 soldados (muchos de ellos eran indios) y 12000 seguidores (esposas, hijos de soldados, sirvientes, mercaderes...) salieron de la ciudad rumbo a la base militar inglesa más próxima que se encontraba en Jalalabad, a más de 100 millas de distancia. Era 6 de enero, en pleno invierno, y antes de la partida ya había una capa de nieve con un grosor de unos 30 cm. Además, tras el asedio, las fuerzas escaseaban por la falta de comida. También, había falta de combustible; la última vez que Florencia cenó en Kabul tuvo que usar la madera que resultó de romper una mesa de comedor.

Antes de la partida se había hecho un trato económico con Akbar Khan para que sus tropas no hostigaran a la larga columna en su retirada, pero pronto se vería lo fácilmente que incumplían su palabra aquellos afganos. Antes de que salieran de Kabul los rezagados vieron como eran asaltadas las casas, saqueadas y posteriormente quemadas. Era un adelanto de lo que se les venía encima.

Florentia, en compañía de su hija Alexandrina y el marido de ésta, el teniente John Sturt, además del bebé de ambos, marchaba en cabeza de la columna, junto a algunos prominentes oficiales. El progreso era muy lento a causa de la dificultad del terreno y de la gran capa de nieve que lo cubría. Cuando tuvieron que vadear el primer río que encontraron, ante la imposibilidad de llevarlo con sigo, debieron de dejar abandonado una buena parte del bagaje. Hambrientos, quemando los pocos enseres de madera que aún les quedaban y devorando los escasos animales que les quedaban, muchos empezaron a quedarse rezagados, o simplemente se dejaban morir. Sin tiendas de campaña tuvieron que pasar su primera noche a la interperie helada del frío invierno afgano. El primer día apenas habían avanzado 6 millas. Muchos soldados habían desertado.

Al día siguiente los afganos empezaron a atacar, lo que hizo que creciera la angustia de los pobres diablos que intentaban llevar a un lugar al que poder resguardarse. En algunos de esos ataques habían capturado varias piezas de artillería británicas. Llegó un momento en que ya no se impartían órdenes, la disciplina se perdía y cada uno marchaba con las pocas fuerzas que le quedaban.

Soldados afganos atacando a los británicos en retirada.


Tras vencer a las escasas fuerzas británicas que aún podían ofrecer resistencia, los afganos capturaron a unas pocas docenas de prisioneros, entre los que se encontraban lady Sale. Cuando su yerno, el teniente Sturt, fue fatalmente herido en el abdomen, ella le cuidó en sus últimas horas, y le aseguró un enterramiento cristiano. Durante el cautiverio, que duraría 9 meses, se puso en peligro continuamente por su coraje y rebeldía, aún estando herida en una muñeca. Gracias al diario que escribió en el periodo de secuestro, se conocen muchos detalles de aquellas jornadas tan nefastas para las arma británicas. Al fin, el 17 de septiembre, y tras sobornar a algunos oficiales afganos, pudo obtener la libertad y regresar a territorio dominado por los británicos. Al año siguiente, en 1843, publicó su diario que fue un éxito de ventas.

Por problemas de salud decidió tomó un barco para Ciudad del Cabo (Sudáfrica) para intentar recuperarse, pero murió al poco de desembarcar.



Fuentes:

-Wikipedia.
-The anglo-afghan wars 1839-1919, de Gregory Fremont-Barnes.