EL RUMBO DE LA HISTORIA

EL RUMBO DE LA HISTORIA

domingo, 12 de enero de 2014

Imágenes de la historia. El señor de Tréville.


Esta pintura fue realizada por alguno de los tres hermanos franceses Le Nain (Antoine, Louis y Mathieu). Como sus estilos pictóricos eran tan parecidos, y firmaban los trabajos con su primer apellido, no se puede asegurar quién fue el verdadero autor de este óleo, que a día de hoy se encuentra perdido. El retratado es Jean-Armand du Peyrer, Conde de Troisville (o Tresville), es decir, el señor de Tréville de las novelas de Alejandro Dumas Los tres mosqueteros.

Además de d'Artagnan y del señor de Tréville, los tres mosqueteros fueron personajes genuinamente auténticos, en los que se basó Dumas para inmortalizarlos en sus obras literarias. De esta manera, Armand Athos e Isaac Pathou (Porthos) eran primos del Conde de Tresville, siendo éste, además, el tío de Henri d'Aramitz (el Aramis de ficción).


viernes, 10 de enero de 2014

La historia de un espartano, Aristodemo.


Gracias a la obra conservada de Herodoto, conocemos la historia de un espartano llamado Aristodemo. Nació hacia el año 520 a.C. en Esparta. Sus padres tuvieron como obligación llevarlo ante un consejo de ancianos, que decidían si merecía vivir. Los bebes que no eran considerados de constitución robusta, eran abandonados en un barranco del monte Taigeto. Los demás entraban el sistema de educación. A los cinco años, se les apartaba de los padres y se les endurecía para ser futuros soldados al servicio de Esparta. Sus compañeros serían su familia. A los 19 o 20 años se convertían en Iguales, es decir ciudadanos espartanos.

El sistema de educación se llamaba agoge, y su objetivo era convertir a los hombres en ciudadanos-soldado. La disciplina, la dureza física y mental, el cantar, el bailar, la competitividad, pruebas de lucha, atletismo..., todo ello formaban parte de la vida diaria de los alumnos.



Gracias a la obra conservada de Herodoto, conocemos la historia de un espartano llamado Aristodemo. Nació hacia el año 520 a.C. en Esparta. Sus padres tuvieron como obligación llevarlo ante un consejo de ancianos, que decidían si merecía vivir. Los bebes que no eran considerados de constitución robusta, eran abandonados en un barranco del monte Taigeto. Los demás entraban el sistema de educación. A los cinco años, se les apartaba de los padres y se les endurecía para ser futuros soldados al servicio de Esparta. Sus compañeros serían su familia. A los 19 o 20 años se convertían en Iguales, es decir ciudadanos espartanos.

El sistema de educación se llamaba agoge, y su objetivo era convertir a los hombres en ciudadanos-soldado. La disciplina, la dureza física y mental, el cantar, el bailar, la competitividad, pruebas de lucha, atletismo..., todo ello formaban parte de la vida diaria de los alumnos.

En las Termópilas, los griegos se enfrentaron a un ejército colosal de persas que multiplicaban en número las fuerzas helenas. Cuando la batalla acabó, todos los espartanos que habían quedado para defender el paso, habían muerto, incluido su valiente rey. Pero hubo dos que habían abandonado el campo de batalla antes de que esta hubiera empezado. Uno de ellos era Aristodemo. Él y otro espartano llamado Éurito sufrieron una grave infección ocular que les impedía combatir y Leónidas les autorizó a retirarse a un pueblo cercano. El caso es que Éurito, volvió al campo de batalla, aunque casi no veía, y murió en la carnicería final. Además de Aristodemo, otro espartano sobrevivió a la batalla, llamado Pantitas, ya que había sido enviado a Tesalia como mensajero y, cuando volvió, el combate había acabado.

En Esparta, Leónidas y sus 298 hombres fueron ensalzados como héroes y Aristodemo y Pantitas sufrieron deshonra y humillación; se les consideró cobardes, la peor injuria para un espartano. Al ver que Eurito había vuelto al campo de batalla, aunque estuviera casi ciego, para luchar, lo espartanos vieron en el ejemplo de Aristodemo algo imperdonable, aunque siguiera las órdenes de su rey.

Los hombres que habían huido del enemigo eran llamados "tresantes", que significa "temblorosos". Estaban obligados a identificarse con parches de color en sus capas rojas. Nadie les hablaba, ni podían ostentar cargos públicos. Aristodemo sufriría tales humillaciones, no solo por él, sino por su descendencia. Pantitas, el otro espartano que sobrevivió a las Termópilas, tomó la opción de ahorcarse al no soportar aquella situación. Aristodemo, en cambio, resistió y esperó la oportunidad de poder limpiar su nombre.


 
 
Ésta llegó con la llamada batalla de Platea (479). Cuando un gran ejército de griegos marchaba para vencer de una vez por todas a los invasores persas, a Aristodemo nadie le dirigía la palabra. En su mente sólo había un pensamiento: un acto de valentía que le hiciera recuperar su honor.

En medio de la batalla, cuando los espartanos tenían que aguantar, en una posición desesperada, la llegada de refuerzos de los demás contingentes helenos, en la primera línea, un hombre no pudo esperar más. Rompió la línea de su regimiento y cargó contra los persas. A su izquierda, los tegeos se lanzaron adelante, y el general espartano tuvo que dar la orden. Los espartanos cargaron. Los espartanos, que hasta entonces habían estado aislados, lograron por ellos mismos la victoria, matando a su general por el camino. El hombre que cargó en solitario contra los persas, arrastrando a los demás, fue Aristodemo. Murió en la lucha, pero pudo limpiar su honor.

Gracias a Herodoto, conocemos su historia.

Extraído del libro de Philip de Souza, "De Maratón a Platea".

Aníbal y Alejandro Magno: Los hijos aventajados.


No hace falta decir que ambos personajes fueron grandes conquistadores y excepcionales generales. Aunque, tuvieron en común algo más, fueron hijos de grandes hombres. No creo que sea muy atrevido decir que si Filipo II no hubiera sido el padre de Alejandro, éste no habría llegado a ser el gran personaje histórico que resultaría ser. Y lo mismo se podría decir de Aníbal con respecto a su progenitor, Amílcar Barca.

Uno fue asesinado y el otro cayó en combate, y es indudable que Filipo y Amílcar tuvieron una muerte prematura. El macedonio murió en un momento muy oportuno, ya que iba a iniciar una campaña de conquista contra el imperio persa. Por otro lado, sí Amílcar no hubiera caído luchando contra los íberos, tal vez hubiera conquistado una parte de fundamental de la península Ibérica y, quien sabe, tal vez se hubiera aventurado a llevar sus campañas en suelo romano pues, como dijo Tito Livio:

La pérdida de Sicilia y Cerdeña traía a mal perder a aquel hombre de gran espíritu (Amílcar) ... Torturado por estos sentimientos... y luego en Hispania, durante nueve años, actuó de tal forma incrementando el poderío cartaginés que resultaba evidente que andaba dándole vueltas a la idea de una guerra de mayor alcance que la que estaba haciendo y que, si hubiese vivido más tiempo, conducidos por Amílcar los cartagineses habrían llevado a Italia la guerra que llevaron conducidos por Aníbal.

En el congreso de Corinto, celebrado el año 338 a.C., los estados griegos dictaminaron unir sus ejércitos para invadir el imperio persa. Al mando de la tropa se encontraría el mismo que propició la alianza, Filipo II. Si no hubiese fallecido, probablemente el objetivo se hubiese cumplido. Como en el caso anterior, la gloria se la llevó su primogénito.


Así, son las cosas. Cuantos grandes hombres caen de las páginas de la Historia, sin que sepamos nada de ellos, ya que ningún cronista o historiador ha reparado en ellos. O, como en este caso, el de Amílcar y Filipo II, que caprichosa es la Historia, que relega la fama inmortal a los progenitores de los grandes personajes que fueron Aníbal y Alejandro, ya que la muerte les sorprendió en el mejor momento de sus carreras.

Macedonio y cartaginés, Filipo y Amílcar, además de padres fueron maestros. El primero le enseñó a Alejandro como manejar de forma conjunta una poderosa caballería y una, igualmente, potente infantería. Le diría como vencer a unos ejércitos persas, muy numerosos, pero muy escasamente cohesionados pues procedían de las innumerables rincones del enorme imperio asiático; cada uno con unas costumbres distintas, con una vestimenta propia y con el dialecto de su lugar de origen. Por otro lado, Aníbal aprendería de su padre como dirigir los elefantes de batalla, de como usar la caballería para envolver grandes formaciones enemigas, y de como hacerse respetar y querer entre los hombres pertenecientes a un ejército plagado de mercenarios que procedían de diversos lugares.




La fama de Alejandro Magno es inmortal. Por mucho que pasen los siglos nadie se olvidará del joven macedonio que conquistó un gran imperio. Lo mismo se puede decir de Aníbal y de su gran victoria de Cannas, en la que aniquiló a un enorme ejército romano que casi le duplicaba en efectivos. Esa batalla ha sido y será una de las grandes batallas de la Historia. En cambio, muy pocos se acuerdan de quienes fueron hijos y de cuanto le debieron a sus padres, dos de los más grandes marginados del panteón de los héroes de la Historia Universal, Amílcar Barca de Cartago y Filipo II de Macedonia.

El arte de la manipulación en el arte: El cantar de Roldán.


Hace algunas semanas una entrada en mi otro blog, "buceando en la leyenda", sobre la historicidad de Roldán, el protagonista de "el cantar de Roldán". Esta obra literaria cuenta la historia del sobrino de Carlomagno, que es traicionado y atacado en un estrecho desfiladero por una oleada de miles de soldados sarracenos, en lo que es conocida como la batalla de Roncesvalles.

Dicho evento se trata de un hecho real documentado en diversas fuentes históricas. Una de ellas, la crónica de Eginardo, el biógrafo de Carlomagno, escrita unos 50 años después de la batalla, nos ofrece una información muy útil de los hechos acontecidos. Dicha obra cuenta que Roldán era prefecto de la marca de Bretaña y que cayó en el combate, aunque no aporta ninguna información que nos haga suponer que era sobrino del rey de los francos. En general, no hay ninguna fuente histórica que confirme que exista ese parentesco.







Además, la crónica de Eginardo dice que el enemigo que venció a la retaguardia comandada por Roldán no eran soldados musulmanes, si no que eran vascones. Posiblemente, éstos no contarían con demasiados combatientes. Es muy posible que su armamento fuera muy inferior al de los francos, que contarían con cotas de malla, escudos, cascos y protecciones para sus caballos. En cambio, tendrían el conocimiento del terreno y la ventaja de poseer una posición natural muy ventajosa desde la que poder atacar por casi todos los flancos al ejército procedente de más allá de los Pirineos.

"El cantar de Roldán", aunque fue escrito hacia el año 1150, se gestó en tiempos en los que ocurrieron los hechos. Después, fue transmitiéndose de forma oral de generación en generación, hasta que alguien los escribió en el siglo XII. Está documentado que fue cantado por un juglar antes de producirse la batalla de Hasting (1066) para infundir al ánimo a los soldados normandos, que procedían del norte de Francia.

La persona (o personas) que compuso el largo poema, no diría que el ejército de Carlomagno, prácticamente invicto en todas las campañas que realizó en esa época, fue derrotado por un enemigo de tan poca entidad como el de los vascones: un ejército de pastores, poco más o menos, irregular en cualquier caso, armados con piedras, armas improvisadas muy inferiores a las de los francos. El prefecto de Bretaña, Roldán, del que no se le conoce ninguna proeza anterior, es convertido en sobrino de Carlomagno, muriendo con una heroicidad fuera de lo común, digna de todo un cantar de gesta, y que no quiso tocar el famoso olifante hasta que la derrota no fue inevitable. De esta manera, Roldán es transformado en todo un héroe, con una fama imperecedera, que luchó contra un ejército enorme, compuesto por decenas de miles de soldados musulmanes, bien armados, que habían conquistado un imperio, partiendo desde Arabia en los tiempos de Mahoma.

Es decir, lo que, seguramente, fue una escaramuza o combate menor, algún juglar lo narró como una gran batalla. Además, subió a los altares de la fama a un personaje (que no podía ser un noble cualquiera), que posiblemente no tenía la sangre real (posteriormente imperial) de Carlomagno. Para mí, es todo un ejercicio de manipulación, aunque, eso sí, muy bien construido.

Si esto fuera así realmente (es mi opinión), sería interesante especular con la participación de los poderes políticos en la elaboración del cantar de gesta sobre la muerte de Roldán, el posible sobrino de Carlos el Grande, rey de los francos.

Ragnar Lothbrok y sus hijos.


Europa occidental. Finales del siglo VIII d.C. El cristianismo ha triunfado. Un franco llamado Carlos Martel ha frenado a los musulmanes en un lugar llamado Poitiers. Éstos ya no se aventurarán más allá de los Pirineos otra vez. Se ha perdido la Hispania visigoda, católica desde tiempos de Recaredo I; es el precio que había que pagar. Pero, un líder llamado Don Pelayo, surgió de las montañas de Asturias, en Covadonga, para vencer a la marea islámica, imparable desde los tiempos de Mahoma. De ahora en adelante, recuperar los territorios ibéricos para la causa cristiana es cuestión de tiempo. Mucho tiempo; empieza la larga "Reconquista". Los musulmanes se empantanan en las tierras hispanas, mientras una multitud de reinos surgen en el norte peninsular. Ellos se encargarán de combatir y entretener el empuje islámico, mientras que el resto de Europa respira tranquila.

 
 
El rey de los francos se llama ahora Carlos, el que será conocido como Carlomagno. Coronado por el papa de Roma como emperador, intentará resucitar el sueño de un imperio romano, ya pasado, y cristiano. Pareciera como si el paganismo estuviera a punto de ser erradicado del mundo para siempre. Pero, a Inglaterra llegan unos barcos con cabeza de dragón. De ellos surgen unos feroces guerreros gritando el nombre del dios Odín, el dios de la guerra, aunque tienen muchos dioses más. Esos hombres están sedientos de sangre y, cuentan entre sus filas con algunos guerreros llamados bersekers, que son los que inician el combate. Enloquecidos, en trance, o más bien drogados, empiezan a correr como locos hacia los soldados enemigos, asestando golpes de hacha o espada, o lo que tengan a mano a diestro y siniestro, matando a todo el que se cruce en su camino, ya sea enemigo o amigo, ya que no conocen otro afán más que el de matar.

Los hombres que desembarcaron en Inglaterra eran los vikingos, aunque también se les conocía como normandos, hombres del norte, daneses, paganos... La motivación que les guiaba era el gusto por el saqueo, el ansia de aventuras y la pasión por navegar y explorar. Su objetivo era alcanzar la gloria y el poder. Deseaban que alguien cantara sus hazañas y que fueran recordadas para siempre. En algunos casos eso fue posible, pero siglos después cuando se empezaron a escribir las sagas. Los vikingos que han empezado sus expediciones en Inglaterra quieren oro y no tienen reparos en matar, ni esclavizar, ni sacrificar a sus semejantes. Ellos no saben nada sobre Jesús de Nazaret, ni conocen la compasión humana.

El resto de los occidentales tampoco es que fueran mejores personas. También mataban y exterminaban a sus semejantes, como hizo el muy católico Carlomagno cuando no tuvo reparos en ordenar cortar la cabeza a 4.500 sajones. A lo mejor es que los vikingos tenían las ideas más claras y actuaban sin tanta hipocresía.

Fue en esta época, entre finales del siglo VIII y principios del siglo IX, cuando aparecieron no uno, sino muchos Ragnar. Eran los jefes de las distintas expediciones, compuestas de uno, dos, tres o más barcos drakkars. Asaltaban monasterios, pueblos y ciudades. Mataban, robaban, violaban y secuestraban. Tan pronto como llegaban, se iban por el mar. Los que escribieron las sagas, unos 300 o 400 años después, se dieron cuenta que no conocían el nombre de los jefes que dirigían aquellas primeras expediciones vikingas, por lo que se inventaron a Ragnar Lothbrok para que fuera el protagonista de todas aquellas incursiones.

Ragnar era el compendio del auténtico guerrero nórdico. El mejor de todos. El valiente y osado Lothbrok o "calzones peludos". El que no se detenía ante nada ni nadie. Al que no le importaba matar con tal de conseguir un botín de oro y plata. No tenía los remordimientos de los cristianos. Matar no era pecado, ni robar, ni esclavizar, ni saquear. Era libre, sus dioses se lo permitían. Su objetivo era la aventura, la navegación, la matanza. Los cristianos también mataban, aunque su dios les dijera que era un pecado capital, pero se veían moralmente superiores para condenar, por medio de sus cronistas eclesiásticos, a aquellos paganos que procedían de Escandinavia, sólo porque eran paganos, ya que no creían en el dios al que ellos honraban.

 


El cristianismo había vencido en Occidente, sí, pero los paganos eran una amenaza creciente en el norte de Europa, y ahora su apetito estaba enfocado hacia la católica Inglaterra, que no existía como tal sino que era un conjunto de pequeños reinos cristianos, y que no hacía demasiado que habían dejado de venerar a los mismos dioses de los vikingos.

Fue entonces cuando el rey anglosajón de Northumbria, Aella, cometió el mayor error de su vida: mandó echar a un pozo de serpientes a Ragnar Lothbrok, el mayor héroe que los vikingos habían conocido hasta entonces. Ragnar no tuvo la oportunidad de morir combatiendo. No pudo ser recogido por las valkirias para llevarlo al Valhalla y reunirse con otros héroes y celebrar un banquete casi eterno, sólo porque no murió con un espada en la mano matando a sus enemigos en una gloriosa batalla entre guerreros.

Cuando la noticia llegó a los oídos de sus hijos, entraron en cólera y tardaron poco en reunir una gran flota de barcos atestados de vikingos ansiosos de gloria y botín. El objetivo no sólo era conquistar Northumbria y castigar al cobarde de Aella, que podía darse por muerto, sino que Inglaterra entera sufriría la ira de los hijos de Ragnar.

Al frente de la expedición se encontraba uno de los hijos del célebre Lothbrok, Ivar, llamado el deshuesado, porque era un berseker, que cuando se ponía en trance pareciera que no tenía cartílagos, por la forma tan apresurada en que tenía de asestar golpes. Además, era el más cruel y despiadado de todos los hermanos. Cuando apresaron al rey Aella, fue Ivar el que propuso aplicarle una ejecución ejemplar. Le sacarían los pulmones, después de quitarle las costillas, y los desplegarían en forma de alas sangrantes. Era la tortura del "águila de sangre". No fue el único rey al que mató. Cuando capturó al rey de East Anglia tampoco tuvo piedad y le mandó ejecutar. Como no había tenido nada que ver en la muerte de su padre, le aplicó un castigo menos severo: al rey Edmundo lo ataron a un árbol y le ensartaron a flechazos hasta que pareciera un puercoespín. Si Ivar hubiera podido apresar a los reyes de Mercia y Wessex, seguro que su destino hubiera sido igual de aciago. A Ivar, perfectamente, le podían haber el puesto el sobrenombre de "matarreyes", al estilo de Jaime Lannister.

Halfdan y Ubbe fueron los otros hermanos que acompañaron a Ivar en la conquista-venganza a Inglaterra. Ubbe era el supersticioso. Sus hermanas, que eran hechizeras, habían bordado un estandarte muy especial, que el hijo de Ragnar siempre llevaba en la batalla. Era el estandarte del cuervo, y tenía unos poderes mágicos que hacían ganar batallas. Pero, desgraciadamente no le pudo salvar a Ubbe, ni a su hermano Halfdan cuando un ejército de sajones acabaron con sus vidas y le arrebataron dicho estandarte.

Otro de los hijos célebres de Ragnar Lothbrok, fue Bjorn. Éste era el hijo astuto de Ragnar. Lo más seguro es que Bjorn no conociera cierta historia de un héroe griego llamado Odiseo, la de un caballo de madera, la de una ciudad amurallada llamada Troya...¿o sí la conocía? Parece que damos por hecho que los vikingos eran unos guerreros crueles e incultos sin más, pero no hay nada más que ver su arte para darnos cuenta las cosas tan hermosas que eran capaces de hacer. El caso es que Bjorn ideó un plan, propio de la genialidad de Ulyses, para conquistar una ciudad llamada Luni. Él se haría pasar por muerto y, en su ataúd se escondería multitud de armas para dárselas a los acompañantes de su séquito fúnebre una vez que estuvieran dentro de la ciudad. Le dirían al obispo, ansioso de llevar a las ovejas descarriadas por el camino correcto, que su líder muerto se había convertido al cristianismo y que quería ser enterrado en un santo lugar. El obispo dijo que sí. Tal vez pensara que podía bautizar al resto de la banda de camino y anotarse, así, un buen tanto, que le haría pasar a los anales de la historia. Pero, durante el tiempo de la misa de difuntos se obró un milagro. De repente, el muerto resucitó pero no como cristiano arrepentido, si no como vikingo despiadado que empezó a repartir hachas y espadas a sus compañeros para sembrar de cadáveres todo a su alrededor.

Otro famoso hijo de Ragnar fue Hastein, que acompañó a Bjorn en su periplo por el Mediterráneo. Después, continuó sus andanzas por Francia, Bretaña e Inglaterra. Vivió tantos años que incluso las crónicas no recogen su muerte. Posiblemente murió de viejo en cualquier lugar, o luchando en un pequeño combate no registrado en ninguna crónica medieval. No se sabe si fue al Valhalla a beber cerveza con su padre y sus hermanos, aunque hizo más méritos que ningún vikingo conocido, ya que sus hazañas fueron incontables.

Ragnar tuvo más hijos e hijas que no fueron tan famosos como los anteriores. Engendró muchos vástagos para ser una persona que no ha existido ¿no creéis?

Después de Ragnar vinieron sus hijos, y, después de ellos, otros vikingos, igual de osados, ambiciosos, y codiciosos. El cristianismo venció a Atila. Los germanos que acabaron con el imperio romano, fueron bautizados al cristianismo y se volvieron sumisos a la iglesia de Roma. Pero ahora, a partir del siglo VIII ¿quién iba a salvar a los europeos occidentales de la ira de los hombres del norte?